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Comentarios Elena G.W https://ift.tt/WR9y50M Esaú marchaba entretanto frente a un ejército contra Jacob, con el propósito de darle muerte. Pero mientras este luchaba con el ángel aquella noche, otro ángel fue enviado para tocar el corazón de Esaú mientras dormía. En su sueño vio a su hermano exiliado por veinte años de la casa de su padre, porque temía por su vida. Y notó su dolor al enterarse de que su madre había muerto. Vio la humildad de Jacob y a los ángeles de Dios que lo rodeaban. Soñó que cuando lo encontrara ya no tendría la intención de causarle daño. Cuando despertó contó su sueño a sus cuatrocientos hombres y les dijo que no le hicieran mal, pues el Dios de su padre estaba con Jacob. Y cuando se encontraran con él, ninguno de ellos debería hacerle daño (La historia de la redención, p. 98). Apoyado en su cayado, el patriarca avanzó al encuentro de la tropa de soldados. Estaba pálido e imposibilitado por la reciente lucha, y caminaba lenta y penosamente, deteniéndose a cada paso; pero su cara estaba iluminada de alegría y paz. Al ver a su hermano cojo y doliente, “Esaú corrió a su encuentro, y abrazóle, y echóse sobre su cuello, y le besó; y lloraron”. Génesis 33:4. Hasta los corazones de los rudos soldados de Esaú fueron conmovidos, cuando presenciaron esta escena. A pesar de que él les había relatado su sueño no podían explicarse el cambio que se había efectuado en su jefe. Aunque vieron la flaqueza del patriarca, lejos estuvieron de pensar que esa debilidad se había trocado en su fuerza (Historia de los patriarcas y profetas, p. 198). Cuán a menudo sentimos que se nos ha tratado injustamente, y que se han dicho cosas falsas de nosotros, y que se nos ha presentado bajo una luz mentirosa ante los demás. Cuando se nos prueba de ese modo, necesitamos mantener un dominio estricto sobre nuestro espíritu y nuestras palabras. Necesitamos tener el amor de Cristo para no albergar un espíritu implacable. No pensemos que a menos que los que nos han ofendido confiesen sus errores estaremos justificados si no los perdonamos. No debiéramos acumular agravios, manteniéndolos en el corazón hasta que el que pensamos que es culpable humille su corazón mediante el arrepentimiento y la confesión. Por más dolorosamente que se nos haya herido, no debiéramos atesorar nuestros agravios y simpatizar con nosotros mismos por causa de las ofensas que se nos han inferido, sino que de la misma manera como esperamos que se nos perdonen nuestras ofensas a Dios, así debemos perdonar a los que nos han hecho mal… Cuando somos vituperados, cuán fuerte es la tentación de vituperarnos en cambio, pero al hacerlo nos mostramos tan malos como el vilipendiador. Cuando tenga la tentación de insultar, envía una oración silenciosa para que Dios le dé Su gracia y mantenga la lengua en silencio (Hijos e hijas de Dios, p. 146).

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