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Conflicto y Valor


Sin freno, 15 de mayo https://m.egwwritings.org/es/book/1712.1099#1099 1 Samuel 2:22. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado. 1 Samuel 3:13. Elí era un hombre bueno, de conducta pura, pero demasiado indulgente. Incurrió en el desagrado de Dios porque no fortaleció los puntos débiles de su carácter. No quería herir los sentimientos de nadie y no tenía el valor moral de reprender y condenar el pecado. Amaba la pureza y la justicia; pero no tenía la fuerza moral suficiente para suprimir el mal. Amaba la paz y la armonía, y se volvió cada vez más insensible respecto a la impureza y el crimen. Elí era amable, afectuoso y de buen corazón, y tenía verdadero interés en el servicio de Dios y la prosperidad de su causa. Era un hombre de poder en la oración. Nunca se rebeló contra las palabras de Dios. Pero le faltaba algo: no tenía la disposición de carácter para condenar el pecado y cumplir la justicia contra el pecador de tal manera que Dios pudiera confiar en él para mantener a Israel puro. No agregó a su fe el valor y el poder para decir No en el momento y en el lugar adecuados.—Testimonies for the Church 4:516, 517. Elí estaba familiarizado con la verdad divina. Sabía qué clase de caracteres Dios aprueba, y cuáles condena. Sin embargo permitió que sus hijos crecieran con pasiones desenfrenadas, apetitos pervertidos y conducta corrompida. Elí había educado a sus hijos en la ley de Dios, y les había dado un buen ejemplo con su propia vida; pero no terminaba allí su deber. Dios le exigía, como padre y como sacerdote, que los refrenara para que no siguieran su propia voluntad perversa. En esto había fallado.—The S.D.A. Bible Commentary 2:1009. Aquellos que no tienen suficiente valor para reprender el mal, o que por indolencia o falta de interés no hacen esfuerzos fervientes para purificar la familia o la iglesia de Dios, son considerados responsables del mal que resulte de su descuido del deber. Somos tan responsables de los males que hubiéramos podido impedir en otros por el ejercicio de la autoridad paternal o pastoral, como si hubiésemos cometido los tales hechos nosotros mismos. Historia de los Patriarcas y Profetas, 625.

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