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Reflejemos a Jesús


Mayo El glorioso árbol de la vida, 1 de mayo https://ift.tt/RmM1Q3S Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente... Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Génesis 2:8, 9. El hombre fue creado a semejanza de Dios. Su naturaleza estaba en armonía con la voluntad de Dios. Su mente era capaz de comprender las cosas divinas. Sus afectos eran puros, sus apetitos y pasiones estaban bajo el dominio de la razón. Era santo y se sentía feliz de llevar la imagen de Dios y de mantenerse en perfecta obediencia a la voluntad del Padre. Cuando el hombre salió de las manos de su Creador... su semblante llevaba el tinte rosado de la salud, y brillaba con la luz y el regocijo de la vida... Todo lo que hizo Dios tenía la perfección de la belleza, y nada que contribuyese a la felicidad de la santa pareja parecía faltar; sin embargo, el Creador les dio todavía otra prueba de su amor, preparándoles especialmente un huerto para que fuese su morada. En este huerto había árboles de toda variedad, muchos de ellos cargados de fragantes y deliciosas frutas... En medio del huerto estaba el árbol de la vida que aventajaba en gloria y esplendor a todos los demás árboles. Sus frutos parecían manzanas de oro y plata, y tenían el poder de perpetuar la vida... El árbol del conocimiento, que estaba cerca del árbol de la vida, en el centro del huerto, había de probar la obediencia, la fe y el amor de nuestros primeros padres. Aunque se les permitía comer libremente del fruto de todo otro árbol del huerto, se les prohibía comer de éste, so pena de muerte.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 25-30. Eran visitados por los ángeles, y se gozaban en la comunión directa con su Creador, sin ningún velo oscurecedor de por medio. Se sentían pletóricos del vigor que procedía del árbol de la vida y su poder intelectual era apenas un poco menor que el de los ángeles.—Ibíd. 32. Nuestros primeros padres... debían gozar de la comunión de Dios y de los santos ángeles; pero... era menester que su lealtad se pusiese a prueba... La obediencia, perfecta y perpetua, era la condición para la felicidad eterna. Cumpliendo esta condición, [el hombre] tendría acceso al árbol de la vida.—Ibíd. 29-31. Para que poseyera una existencia sin fin, el hombre debía continuar comiendo del árbol de la vida. Privado de este alimento, vería su vitalidad disminuir gradualmente hasta extinguirse la vida... [Satanás] esperaba que... siguiesen comiendo del árbol de la vida... Pero después de la caída, se encomendó a los santos ángeles que custodiaran el árbol de la vida... A ningún miembro de la familia de Adán se le permitió traspasar esa barrera para comer del fruto de la vida; de ahí que no exista pecador inmortal.—Ibíd. 44.

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