El Mensaje de los Tres Ángeles - Apocalipsis 14:6-12

6 Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,
7 diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.
8 Otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.
9 Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano,
10 él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero;
11 y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.
12 Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.

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Comentarios Elena G.W https://ift.tt/IVfwkG2 Pablo era un ejemplo viviente de lo que debe ser cada cristiano. Vivía para la gloria de Dios. Sus palabras llegan resonando hasta nuestro tiempo: “Para mí el vivir es Cristo”. “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. El que una vez fuera perseguidor de Cristo en la persona de sus santos, ahora exhibe ante el mundo la cruz de Cristo. El corazón de Pablo ardía de amor por las almas, y consagró todas sus energías para la conversión de los hombres. Nunca vivió un obrero más abnegado, ferviente y perseverante. Su vida era Cristo; realizaba las obras de Cristo. Todas las bendiciones que recibía eran estimadas como otras tantas ventajas para ser usadas en bendecir a otros (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 1112). En el concilio del cielo se dispuso que los hombres, aunque transgresores, no debían perecer en su desobediencia, sino que por medio de la fe en Cristo como su sustituto y fiador pudieran convertirse en los elegidos de Dios, predestinados para la adopción de hijos por Jesucristo y para él, según el puro afecto de su voluntad. Dios desea que todos los hombres sean salvos, pues ha dispuesto un amplio recurso al dar a su Hijo unigénito para pagar el rescate del hombre. Los que perezcan, perecerán porque se niegan a ser adoptados como hijos de Dios por medio de Cristo Jesús. Antes de que se pusieran los fundamentos de la tierra, se hizo el pacto de que serían hijos de Dios todos los que fueran obedientes, todos los que por medio de la abundante gracia proporcionada llegaran a ser santos en carácter y sin mancha delante de Dios, al apropiarse de esa gracia. Ese pacto, hecho desde la eternidad, fue dado a Abraham mil novecientos años antes de que viniera Cristo. ¡Con cuánto interés y con cuánta intensidad estudió Cristo en su humanidad a la raza humana para ver si los hombres aprovecharían el recurso ofrecido! (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 1114). Dios muestra a su pueblo todos los favores que ha prodigado a su Hijo al aceptar la gran expiación. Los que con amor han unido su empeño con Cristo, son aceptos en el Amado. Sufrieron con Cristo en su más profunda humillación, y la glorificación de él es de gran interés para ellos, porque son aceptos en él. Dios los ama como ama a su Hijo. Cristo, Emanuel, está entre Dios y el creyente revelando la gloria de Dios a sus elegidos y cubriendo sus defectos y transgresiones con las vestiduras de su propia justicia inmaculada (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 1115).

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