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A Fin de Conocerle


Cómo gozar del cielo, 30 de marzo https://ift.tt/KFTt6aA Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. 2 Pedro 1:4. El designio de Dios al darnos ricas promesas es presentado por el apóstol Pedro, para que, seamos “participantes de la naturaleza divina...” Nuestras apetencias terrenales y mundanales deben ser transformadas a semejanza de las divinas y celestiales. El cielo no sería cielo para usted ni para mí si nuestros gustos, meditaciones y nuestro temperamento no fueran como los de Cristo. Las puras y celestiales mansiones que Cristo ha ido a preparar para sus hijos son tales que solo los redimidos pueden apreciarlas habiendo sido hechos idóneos para ellas por la obra interna de la gracia en su corazón. Podría describirle las bienaventuranzas del cielo, las coronas preparadas para los vencedores, el lino blanco que es la justicia de Cristo, las palmas de victoria y las arpas de oro. Pero solamente esto no haría del cielo un lugar de bendición para ninguno de nosotros. Sin ninguna de esas cosas, si tenemos caracteres puros y santos, estaríamos felices porque tendríamos a Jesús y su amor. La pureza, la inocencia y la conformidad con el carácter de Cristo harán que el cielo sea deseable. Todas las facultades se fortalecerán en forma de un todo armonioso. La bendición perfecta solo puede morar en el corazón donde Cristo reina supremo. Cristo vino a nuestro mundo para morir, el Justo por los injustos... para que pudiera elevar y ennoblecer a hombres y mujeres y estampar sobre ellos su divina imagen.—Carta 4, 1885. No necesitamos retener una sola tendencia pecaminosa... Al participar de la naturaleza divina, las malas tendencias, hereditarias y cultivadas, son eliminadas del carácter y somos convertidos en un poder viviente para el bien.—The Review and Herald, 24 de abril de 1900.

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