El Cristo Triunfante
Al final, los enemigos de Dios perecerán, 9 de abril https://ift.tt/tT9ku0S “Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y cuando amanecía, el mar se volvió en toda su fuerza, y los egipcios al huir se encontraban con el mar, y Jehová derribó a los egipcios en medio del mar”. Éxodo 14:27. En los vastos dominios del mundo que Dios ha creado, no hay un reino que sea independiente de Dios. Y cuando los hombres y las mujeres, ciudadanos de un reino terrenal o de una comunidad, comprenden las leyes diseñadas para gobernar a los súbditos del Hacedor del universo, pero se niegan a obedecerlas, caen bajo condenación de la ley que Dios, el supremo gobernante, ha establecido desde la fundación del mundo... A causa de la obstinación de Faraón, se determinó que la voz de Dios, y con tono de mando, reclamara que los israelitas fueran liberados de su vida de esclavitud. Faraón se negó, y el Señor castigó al reino porque aquel gobernante terrenal no permitía que el pueblo de Dios saliera a fin de transformarse en un reino bajo la soberanía divina. La negativa de Faraón trajo muchas plagas sobre Egipto, hasta que al fin el obstinado monarca se vio compelido a aceptar el plan divino. Y nuevamente endureció su corazón en abierta rebelión contra Dios y envió a sus inmensas huestes a traer de regreso a los israelitas para que continuaran sirviendo al soberano de Egipto. El Señor obró maravillas en favor de la salvación de su pueblo. Y abrió, a través de las aguas del Mar Rojo, un sendero hacia la libertad. Las aguas se amontonaron formando una poderosa muralla, y una senda de liberación se abrió delante de las huestes de Israel que seguían el liderazgo de Moisés. En el proceso de persecución de Israel el gran ejército de Egipto se aventuró a cruzar el mar por la misma senda que transitaron los hebreos. Una oscura nube se encontraba delante de ellos; con todo, prosiguieron su camino. Cuando todo el ejército—“los carros y la caballería y todo el ejército de Faraón”—estuvo en el lecho mismo del mar, el Señor dijo a Moisés: “Extiende tu mano sobre el mar”. Israel había pasado sin mojarse los pies, pero oía los gritos del ejército perseguidor. Cuando Moisés extendió su vara sobre el mar, las aguas que habían permanecido como una gran muralla fluyeron en su curso natural. No escapó ni uno de todo aquel vasto ejército de egipcios. Todos perecieron en su determinación de cumplir su propia voluntad y rechazar los caminos de Dios. Aquella ocasión señaló el fin de su tiempo de gracia. Así también ocurrirá con todo grupo que rechace la luz que Dios nos da y persista en seguir un curso de acción que invalide la ley del que es el supremo gobernante sobre todo otro rey; sobre todo poder mundanal que se oponga a la ley del supremo gobernante del universo y exaltándose a sí mismo se oponga a la expresa voluntad del gran Yo Soy.—Manuscrito 35, 1906.
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