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Sabbath School


Tuesday, August 13 La montaña y la multitud Comentarios Elena G.W para las Lecciones de Escuela Sabática https://ift.tt/ZU7Yfky @seguidores Jesús había dicho a sus discípulos que algunos de los que con él estaban no gustarían la muerte antes de ver llegar el reino de Dios con poder. En ocasión de la transfiguración, esta promesa se cumplió. El semblante de Jesús mudóse allí de modo que brillaba como el sol. Sus vestiduras eran blancas y relucientes. Moisés representaba a los que resucitarán de entre los muertos al producirse el segundo advenimiento de Jesús. Y Elías, que fue trasladado sin conocer la muerte, representaba a los que, cuando vuelva Cristo, serán transformados en inmortales y trasladados al cielo sin ver la muerte. Los discípulos contemplaban con temeroso asombro la excelsa majestad de Jesús y la nube que los cobijaba, y oían la voz de Dios diciendo con terrible majestad: “Este es mi Hijo amado… a él oíd” (Primeros escritos, p. 164). “Si puedes algo, ayúdanos, teniendo misericordia de nosotros”. ¡Cuántas almas cargadas por el pecado han repetido esta oración! Y para todas, la respuesta del Salvador compasivo es: “Si puedes creer, al que cree todo es posible”. Es la fe la que nos une con el Cielo y nos imparte fuerza para luchar con las potestades de las tinieblas. En Cristo, Dios ha provisto medios para subyugar todo rasgo pecaminoso y resistir toda tentación, por fuerte que sea. Pero muchos sienten que les falta la fe, y por lo tanto permanecen lejos de Cristo. Confíen estas almas desamparadas e indignas en la misericordia de su Salvador compasivo. No se miren a sí mismas, sino a Cristo. El que sanó al enfermo y echó a los demonios cuando estaba entre los hombres es hoy el mismo Redentor poderoso. La fe viene por la palabra de Dios. Entonces aceptemos la promesa: “Al que a mí viene, no le echo fuera”. Juan 6:37. Arrojémonos a sus pies clamando: “Creo, ayuda mi incredulidad”. Nunca pereceremos mientras hagamos esto, nunca (El Deseado de todas las gentes, p. 396). El poder y la malignidad de Satanás y de su hueste podrían alarmarnos con razón, si no fuera por el apoyo y salvación que podemos encontrar en el poder superior de nuestro Redentor. Proveemos cuidadosamente nuestras casas con cerrojos y candados para proteger nuestros bienes y nuestras vidas contra los malvados; pero rara vez pensamos en los ángeles malos que tratan continuamente de llegar hasta nosotros, y contra cuyos ataques no contamos en nuestras propias fuerzas con ningún medio eficaz de defensa. Si se les dejara, nos trastornarían la razón, nos desquiciarían y torturarían el cuerpo, destruirán nuestras propiedades y nuestras vidas. Solo se deleitan en el mal y en la destrucción… Pero los que siguen a Cristo están siempre seguros bajo su protección. Ángeles de gran poder son enviados del cielo para ampararlos. El maligno no puede forzar la guardia con que Dios tiene rodeado a su pueblo (El conflicto de los siglos, pp. 506, 507).

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