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Cada Día con Dios


Cada Día con Dios
Socios de Dios, 24 de septiembre Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. 1 Corintios 3:7. https://ift.tt/yvcKeXp Necesitamos entender que individualmente somos socios de Dios. “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor -nos amonesta y añade-, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filipenses 2:12, 13. Aquí vemos la colaboración que existe entre los instrumentos divinos y los humanos... Se necesita la lluvia temprana y la tardía. “Somos colaboradores de Dios”. 1 Corintios 3:9. Sólo el Señor puede dar las preciosas lluvias temprana y tardía. Las nubes, la luz del sol, el rocío de la noche, son las más preciadas provisiones del cielo. Pero todos estos favores generosamente derramados por el cielo serán de muy poco valor para los que no se apropien de ellos mediante esfuerzos diligentes y penosos. La agricultura requiere esfuerzos personales. Hay que arar primero y arar cruzado después. Hay que disponer de implementos y maquinarias, y la pericia humana los tiene que usar. Hay que sembrar la semilla a su debido tiempo. Hay que tener en cuenta las leyes que controlan el tiempo de sembrar y cosechar, pues de lo contrario no habrá cosechas... El apóstol emplea otra ilustración: “Vosotros sois... edificio de Dios” (1 Corintios 3:9), un edificio que hay que levantar. El arte de construir requiere de pericia en el empleo de la madera que Dios ha permitido se produzca para felicidad y bendición del hombre. Dios ha provisto los árboles del bosque y ahora el hombre los debe usar. Tienen que ser cortados y preparados mediante el hacha, la sierra, la cuña y el martillo, para que ocupen su lugar en el edificio... De esa manera se ilustra la coparticipación que debe existir entre lo humano y lo divino. Todo el poder pertenece a Dios. “Separados de mí -dice Cristo- nada podéis hacer”. Juan 15:5. Por lo tanto, ¿cuántas horas podremos trabajar seguros sin el Señor? Toda la gloria procede de Dios y le debiera ser atribuida de todas las maneras posibles, mediante nuestra cooperación con él... Necesitamos considerar cuidadosamente nuestro propio interés espiritual. Si moramos en Cristo, no permitiremos que ninguna ambiciosa transacción comercial, incluso para servir a Dios, anule la fragancia espiritual que debiera caracterizar nuestra relación con nuestros hermanos.—Manuscrito 182, del 24 de septiembre de 1897, “Labranza de Dios sois”.
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