Conflicto y Valor
Apartados, 16 de septiembre Nehemías 3. E inmediato a ellos restauraron los tecoítas; pero sus grandes no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor. Nehemías 3:5. https://ift.tt/tIaSUJd Los sacerdotes se encontraron entre los primeros en contagiarse del espíritu de celo y fervor que manifestaba Nehemías. Debido a la influencia que por su cargo ejercían, estos hombres podían hacer mucho para estorbar la obra o para que progresase; y la cordial cooperación que le prestaron desde el mismo comienzo contribuyó no poco a su éxito. La mayoría de los príncipes y gobernadores de Israel cumplieron noblemente su deber, y el Libro de Dios hace mención honorable de estos hombres fieles. Hubo, sin embargo, entre los grandes de los tecoítas, algunos que “no prestaron su cerviz a la obra de su Señor”. La memoria de estos siervos perezosos quedó señalada con oprobio y se transmitió como advertencia para todas las generaciones futuras. En todo movimiento religioso hay quienes, si bien no pueden negar que la causa es de Dios, se mantienen apartados y se niegan a hacer esfuerzo alguno para ayudar. Convendría a los tales recordar lo anotado en el cielo en el libro donde no hay omisiones ni errores, y por el cual seremos juzgados. Allí se registra toda oportunidad de servir a Dios que no se aprovechó; y allí también se recuerda para siempre todo acto de fe y amor. El ejemplo de aquellos tecoítas tuvo poco peso frente a la influencia inspiradora de Nehemías. El pueblo en general estaba animado de patriotismo y celo. Hombres de capacidad e influencia organizaron en compañías a las diversas categorías de ciudadanos, y cada caudillo se hizo responsable de construir cierta parte de la muralla. Acerca de algunos, se ha dejado escrito que edificaron “cada uno enfrente de su casa”. Tampoco disminuyó la energía de Nehemías una vez iniciado el trabajo. Con incansable vigilancia supervisaba la construcción, dirigía a los obreros, notaba los impedimentos y atendía a las emergencias... En sus muchas actividades, Nehemías no olvidaba la Fuente de su fuerza. Elevaba constantemente su corazón a Dios, el gran Sobreveedor de todos. “El Dios de los cielos—exclamaba—él nos prosperará”; y estas palabras, repetidas por los ecos del ambiente, hacían vibrar el corazón de todos los que trabajaban en la muralla. La Historia de Profetas y Reyes, 471-473.
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