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Hijos e Hijas de Dios


Hijos e Hijas de Dios
Llenad la mente de la verdad, 16 de noviembre Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. 2 Pedro 1:4. https://ift.tt/ZSzL2kO Es el deber de cada hijo e hija de Dios almacenar en su mente las verdades divinas; y entre más haga esto, más fuerza y claridad de mente tendrá para entender los asuntos profundos de Dios. Y a medida que los principios de la verdad se lleven a cabo en su vida diaria podrá ser cada vez más serio y vigoroso. Lo que bendecirá a la humanidad es la vida espiritual. El que está en armonía con Dios, dependerá constantemente de él para obtener fortaleza. “Sed vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. La obra de nuestra vida debería consistir en avanzar constantemente para alcanzar la perfección del carácter cristiano, esforzándonos siempre por conformarnos a la voluntad de Dios. Los esfuerzos iniciados en la tierra continuarán por toda la eternidad. Los adelantos hechos aquí nos pertenecerán cuando entremos en la vida futura. Los que son participantes de la humildad, la pureza y el amor de Cristo, se gozarán en Dios, y esparcirán luz y alegría a todo su alrededor. El pensamiento de que Cristo murió para conseguirnos el don de la vida eterna, basta para poner de manifiesto en nuestro corazón la gratitud más sincera y ferviente, y obtener de nuestros labios la alabanza más entusiasta. Las promesas de Dios son ricas, plenas y gratuitas. Cualquiera que, en la fortaleza de Cristo, cumpla con los requisitos, podrá reclamar estas promesas con toda su riqueza de bendición como propias. Y al recibir abundante provisión del almacén de Dios, podrá, en el viaje de la vida, “andar como es digno del Señor, agradándole en todo”, bendiciendo a sus semejantes y honrando a Dios con su ejemplo piadoso. Mientras nuestro Salvador previene a sus seguidores con la advertencia: “Sin mí nada podéis hacer”, ha unido a ella para nuestro estímulo la grata seguridad de que “el que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto”.—The Review and Herald, 20 de septiembre de 1881.
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