Cristo: uno con el padre desde la eternidad, 1 de enero
Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel,
que traducido es: Dios con nosotros. Mateo 1:23. {RJ 7.1}
“La luz del conocimiento de la gloria de Dios”, se ve “en el rostro de
Jesucristo”. Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el
Padre; era “la imagen de Dios”, la imagen de su grandeza y majestad, “el
resplandor de su gloria”. Vino a nuestro mundo para manifestar esta gloria.
Vino a esta tierra oscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de
Dios, para ser “Dios con nosotros”. Por lo tanto, fue profetizado de El: “Y
será llamado su nombre Emanuel”. {RJ 7.2}
Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los
hombres como a los ángeles El era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios
hecho audible. En su oración por sus discípulos, dice: “Yo les he manifestado
tu nombre”—“misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad
y verdad”—, “para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en
ellos”. {RJ
7.3}
Pero no sólo para sus hijos nacidos en la tierra fue dada esta
revelación. Nuestro pequeño mundo es un libro de texto para el universo. El
maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el misterio del amor redentor,
es el tema en el cual “desean mirar los ángeles”, y será su estudio a través de
los siglos sin fin. Tanto los redimidos como los seres que nunca cayeron
hallarán en la cruz de Cristo su ciencia y su canción. Se verá que la gloria
que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz
del Calvario, se verá que la ley del renunciamiento por amor es la ley de la
vida para la tierra y el cielo; que el amor que “no busca lo suyo” tiene su
fuente en el corazón de Dios; y que en el Manso y Humilde se manifiesta el
carácter de Aquel que mora en la luz inaccesible al hombre... {RJ 7.4}
Contemplamos a Dios en Jesús. Mirando a Jesús, vemos que la gloria de
nuestro Dios consiste en dar. “Nada hago por mí mismo”, dijo Cristo; “me envió
el Padre viviente, y yo vivo por el Padre”. “No busco mi gloria”, sino la
gloria del que me envió Juan 8:28; 6:57; 8:50; 7:18. En estas palabras se presenta el gran
principio que es la ley de la vida para el universo. Cristo recibió todas las
cosas de Dios, pero las recibió para darlas. Así también en los atrios
celestiales, en su ministerio en favor de todos los seres creados, por medio
del Hijo amado fluye a todos la vida del Padre; por medio del Hijo vuelve, en
alabanza y gozoso servicio, como una marea de amor, a la gran Fuente de todo. Y
así, por medio de Cristo, se completa el circuito de beneficencia, que
representa el carácter del gran Dador, la ley de la vida.—El Deseado de Todas las Gentes, 11-13. {RJ 7.5}
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