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Colaboradores de Dios, 14 de febrero

Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. 1 Corintios 3:9. CDCD 51.1
Conforte el corazón de aquellos por quienes Cristo dio su vida. Indúzcalos a comprender que no deben depender del ambiente que los rodea para desarrollar su experiencia cristiana. Le costará algún esfuerzo hacerles entender su responsabilidad de ser colaboradores de Dios. Pero considere el hecho de que Cristo, durante los años de su ministerio terrenal, trabajó todo el día y a menudo sin éxito. Inste a cada alma para que comprenda la pérdida eterna que sufrirán todos los que no quieran entregar a Cristo, sin reservas, el corazón, la mente y el alma. Cada día que transcurre sin que Jesús sea admitido en el alma es un día perdido. Muestre, por lo tanto, a aquellos por quienes trabaja cuánto ganarán al entregarse a Dios. CDCD 51.2
La oración da al obrero de Dios fortaleza espiritual para reanudar la lucha. En ella se encuentra la fuente de su mayor poder. Se presenta a Dios inclinándose desde el cielo para observar con vivo interés a los que trabajan para él, mientras aguarda para impartir su gracia a los que elevan sus súplicas hacia su trono... CDCD 51.3
Nunca se olvide de que es colaborador de Dios y que tiene el privilegio de estar constantemente protegido por su gracia. Cristo observa con interés todo movimiento de reforma que se desarrolla en la tierra. Invita a todos los que llevan su nombre a que se conviertan cada día para que puedan trabajar inteligentemente en su causa bajo la dirección y el poder del Espíritu Santo... CDCD 51.4
El propósito de Dios es que su pueblo sea santo y puro, que comunique la luz a todos los que lo rodean. Pero sólo mientras mantengan en alto el estandarte; sólo mientras revelen que la verdad que profesan creer es poderosa para influir sobre ellos para justicia y para sostener su vida espiritual; sólo mientras hagan de los principios de la verdad una parte de su vida diaria, podrán ser alabanza y honra para Dios en la tierra. Es el privilegio de todo cristiano recibir la gracia que lo capacita para permanecer firme en los principios de justicia en el servicio de Dios.—Carta 8, del 14 de febrero de 1912, dirigida a S. N. Haskell.

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