Cada Día con Dios


Corazones llenos de la paz de Cristo, 10 de diciembre https://ift.tt/3IAS0jv Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. Juan 17:21. Así como Cristo vino al mundo para buscar y salvar las almas que perecen, a fin de que pudieran tener la luz de la verdad, ha encomendado la misma obra a los que lo aceptan como su Salvador. “Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad”. Juan 17:19. ¡Cuán importante es que estemos arraigados y fundados en la verdad! Lo falso nada tiene que ver con la verdad. El Señor Jesús ha prometido que si lo recibimos por fe y creemos que es nuestro Modelo, nos dará la “potestad de ser hechos hijos de Dios”. El Evangelio de Jesucristo contiene los grandes principios de toda verdad, expresados mediante una vida pura. Estos principios tienen que ser proclamados al mundo con amor y con verdadera justicia. En todo nuestro trato mutuo tenemos que obedecer los preceptos de la ley de Dios. “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”. Juan 17:19, 20. Gracias a todas estas palabras podemos ver cuánto depende del carácter de los que pretenden creer el Evangelio de Jesucristo. El mundo juzgará al Salvador por las vidas de sus seguidores. Cualquiera que, mediante palabras o hechos, se aparte de los principios vivientes de la verdad, deshonra a su Salvador y lo expone a pública vergüenza. Crea cada alma en Cristo, y reciba el poder que él ha prometido, para que pueda ser un hijo de Dios que sostiene la verdad conscientemente, pues sus principios están entrelazados con sus palabras, su espíritu y todo lo que hace. De ese modo los cristianos pueden convertirse en una influencia refinadora y purificadora, que contrarreste la religión falsa y la infidelidad. Su presencia introduce la gran influencia de los principios celestiales y hace de ellos, por medio de Cristo, un honor para el Evangelio. Aumentan su poder para comunicar la gracia santificadora del cielo, con lo que también se acrecienta continuamente su influencia por medio del permanente aumento de su reverencia por la verdad. Sus corazones están llenos de la paz de Cristo.—Carta 327, del 10 de diciembre de 1905, dirigida a W. C. White.

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Satanás les ofrece a los hombres los reinos del mundo si ellos le ceden la supremacía. Muchos hacen esto y sacrifican el cielo. Es mejor morir que pecar; es mejor padecer necesidad que defraudar; es mejor pasar hambre que mentir.—Testimonies for the Church 4:495 (1880). {EUD 121.4}
Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”, añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que pudiéramos entender: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.19 El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero concepto del perdón cuando oró “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. También dijo: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”.20 {DMJ 97.2}
https://egwwritings.org/?ref=es_DMJ.97.2&para=175.533


“No cerrará el tiempo de gracia hasta que el mensaje haya sido proclamado con más claridad. La ley de Dios ha de ser magnificada [...] El mensaje de la justicia de Cristo ha de resonar de un extremo de la tierra hasta el otro para preparar el camino del Señor. Esta es la gloria de Dios que terminará la obra del tercer ángel”. Joyas de los Testimonios (JT), vol. 2, (Bs. As.: ACES, 1956), pp. 373,374