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Reflejemos a Jesús


Amor de un pecador arrepentido, 19 de marzo https://ift.tt/3fewPIR Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. 1 Juan 4:7. El apóstol San Juan fue distinguido por sobre sus hermanos como el “discípulo a quien amaba Jesús”Juan 21:20. Aunque no era en el más mínimo grado cobarde, débil o vacilante en carácter, poseía una disposición amable, y un corazón cálido y amoroso. Parecía haber gozado, en un sentido preeminente, de la amistad de Cristo, y recibía muchas prendas de la confianza y del amor de su Salvador. El fue uno de los tres a quienes se les permitió presenciar la gloria de Cristo sobre el monte de la transfiguración, y su agonía en el Getsemaní; y a Juan, nuestro Señor confió el cuidado de su madre en las últimas horas de angustia sobre la cruz. El afecto del Salvador por el discípulo amado fue retribuido con toda la fuerza de su ardiente devoción. Juan se asió de Cristo como la vid se adhiere al imponente pilar. Por causa de su Maestro hizo frente con valentía a los peligros de la sala del juicio, y se demoró cerca de la cruz; y ante las noticias de que Jesús había resucitado, se apresuró al sepulcro, ganando en su celo aun al impetuoso Pedro. El amor de Juan por su Maestro no era una mera amistad humana; sino que era el amor de un pecador arrepentido, que sentía que había sido redimido por la preciosa sangre de Cristo. Estimaba como el mayor honor trabajar y sufrir en el servicio de su Señor. Su amor por Jesús lo inducía a amar a todos aquellos por quienes Cristo murió. Su religión era práctica. Razonaba que el amor a Dios debía manifestarse en el amor a sus hijos. Se lo oyó reiteradamente diciendo... “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” 1 Juan 4:19, 20. La vida del apóstol estaba en armonía con sus enseñanzas. El amor que brillaba en su corazón por Cristo, lo indujo a realizar el más ferviente esfuerzo y la más incansable labor por sus semejantes, especialmente por sus hermanos en la iglesia cristiana... Juan deseaba llegar a ser semejante a Jesús, y bajo la influencia transformadora del amor de Cristo, llegó a ser manso y humilde de corazón. El yo estaba escondido en Jesús. Estaba íntimamente unido con la vid viviente, y así llegó a ser participante de la naturaleza divina. Tal será siempre el resultado de la comunión con Cristo. Esto es verdadera santificación.—La edificación del carácter, 69-71.

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