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Exaltad a Jesús


Ovejas de su prado, 20 de julio https://ift.tt/KJZLxgv Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar. Salmos 23:1-2. A medida que Jesús, el gran Maestro, presentaba las lecciones que debían ser aprendidas del libro abierto de la naturaleza, abría los ojos del entendimiento de sus oyentes para mostrarles la atención que en ellas se da a los objetos en armonía con el rango que ocupan en la escala de la creación. Si la hierba del campo, que hoy regala los sentidos con su hermosura, recibe una atención tan esmerada de parte de Dios, aunque mañana es cortada y quemada, cuánto mayor cuidado no tendrá con los seres humanos a quienes formó a su imagen. Nunca seremos capaces de formular ideas exageradas con respecto al valor del alma humana ni de la atención que el Cielo le ha concedido al hombre. Luego el Señor les dio la consoladora promesa: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino”. Lucas 12:32. Jesús es el buen Pastor. Sus seguidores son las ovejas de su prado. El pastor siempre está con su rebaño para defenderlo, para protegerlo del ataque de los lobos, para salir tras las ovejas perdidas y traerlas de vuelta al redil, para conducir a sus ovejas por prados verdes y llevarlas junto a aguas vivas. Yo no puedo descuidar la gran salvación que me ha sido concedida a un costo tan infinito para mi Padre celestial, quien amó al mundo de tal manera, que dio “a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. No deshonraré a mi Redentor por estimar livianamente sus sufrimientos, sus pruebas y su condescendencia, su sacrificio y su muerte. Porque así nos amó, estuvo dispuesto a constituirse en el portador de nuestros pecados. ¡Oh, qué amor, qué amor inexpresable! Llegó a ser un hombre de dolores, experimentado en quebrantos. Murió en la cruz como si hubiera sido un transgresor, para que el ser humano pudiera ser justificado por sus méritos... Mediante el Dador de la vida, el alma es capaz de vivir por las edades eternas, y el hombre debe ejercer un cuidado especial por el alma que Cristo compró con su propia sangre. En Cristo mora la omnipotencia. El también es capaz de guardar aquello que se le ha confiado hasta aquel día. Si el valor de su alma no ha sido apreciado, si los atrios de su templo han sido desecrados por compradores y vendedores al entregarla a la dirección y morada interior de Satanás en pensamientos o sentimientos, le ruego con profunda seriedad que no se demore en acudir a Dios en sincera oración, sin un momento de especulación ni vacilación, para decirle: “Oh Señor, le he abierto la puerta de mi corazón a tu peor enemigo, y al peor enemigo de mi alma. He actuado como si fuera capaz de salvar mi propia alma, como si pudiera pecar y luego reformarme a mi antojo; pero descubro que hay un poder que me tiene cautivo. Únicamente tú puedes salvarme para que mi alma no se arruine eternamente. Ya no la mantendré más separada de ti. No me atrevo a confiársela a ningún otro poder que no sea el tuyo... La deposito a tus pies. Oh Cordero de Dios, lava mi alma en la sangre del Cordero; vístela con tus ropajes de pureza y justicia.—Manuscrito 73, 1893.

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