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Exaltad a Jesús


Dios mismo era el maestro de Daniel, 28 de junio Yo honraré a los que me honran. 1 Samuel 2:30. https://ift.tt/Jue3RZ2 Al adquirir la sabiduría de los babilonios, Daniel y sus compañeros tuvieron mucho más éxito que los demás estudiantes; pero su saber no les llegó por casualidad. Lo obtuvieron por el uso de sus facultades, bajo la dirección del Espíritu Santo. Se relacionaron con la Fuente de toda sabiduría, e hicieron del conocimiento de Dios el fundamento de su educación. Con fe, oraron por sabiduría y vivieron de acuerdo con sus oraciones. Se colocaron donde Dios podía bendecirlos. Evitaron lo que habría debilitado sus facultades, y aprovecharon toda oportunidad de familiarizarse con todos los ramos del saber. Siguieron las reglas de la vida que no podían menos que darles fuerza intelectual. Procuraron adquirir conocimiento con un propósito: el de poder honrar a Dios. Comprendían que a fin de destacarse como representantes de la religión verdadera en medio de las falsas religiones del paganismo, necesitaban tener un intelecto claro y perfeccionar un carácter cristiano. Y Dios mismo fue su Maestro. Orando constantemente, estudiando concienzudamente y manteniéndose en relación con el Invisible, anduvieron con Dios mismo como lo hizo Enoc. En cualquier ramo de trabajo, el verdadero éxito no es resultado de la casualidad ni del destino. Es el desarrollo de las providencias de Dios, la recompensa de la fe y de la discreción, de la virtud y de la perseverancia. Las bellas cualidades mentales y un tono moral elevado no son resultado de la casualidad. Dios da las oportunidades; el éxito depende del uso que se haga de ellas. Mientras Dios obraba en Daniel y sus compañeros “el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13), ellos obraban su propia salvación. En esto se revela cómo obra el principio divino de cooperación, sin la cual no puede alcanzarse verdadero éxito. De nada vale el esfuerzo humano sin el poder divino; y sin el esfuerzo humano, el divino no tiene utilidad para muchos. Para que la gracia de Dios nos sea impartida, debemos hacer nuestra parte. Su gracia nos es dada para obrar en nosotros el querer y el hacer, nunca para reemplazar nuestro esfuerzo. Así como el Señor cooperó con Daniel y sus compañeros, cooperará con todos los que se esfuercen por hacer su voluntad. Mediante el impartimiento de su Espíritu fortalecerá todo propósito fiel, toda resolución noble. Los que anden en la senda de la obediencia encontrarán muchos obstáculos. Pueden ligarlos al mundo influencias poderosas y sutiles; pero el Señor puede inutilizar todo agente que obre para derrotar a sus escogidos; en su fuerza pueden ellos vencer toda tentación y toda dificultad.—La Historia de Profetas y Reyes, 356-357.

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