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El Cristo Triunfante


El sermón del monte, 21 de agosto “Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos”. Mateo 5:1. https://ift.tt/w3us9dM El Sermón de Cristo en el Monte fue diseñado para referirse a nuestra vida cotidiana. Los mandamientos son tan amplios que aún se posesionan de nuestros pensamientos. Sin embargo, cuán poca atención le damos a las palabras de nuestro Salvador. Consiguientemente, tendremos objeciones que afrontar. Hay quienes dicen que son guiados por el Espíritu y, por lo mismo, no creen necesitar de la ley de Dios ni de otras porciones de las Escrituras. Las personas que afirman tener gran luz y no son santificadas en la verdad, son peligrosas, aunque se las puede probar fácilmente. “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”. Isaías 8:20. Cristo dijo: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”. Mateo 7:15-17. Hemos de esperar que los poderes de las tinieblas nos acosen, pero si resistimos con éxito, entonces habrá gozo en el cielo. Los seres humanos son valorados por la hueste celestial... No hemos de estar bajo ningún otro estandarte que el de Cristo.—Manuscrito 45, 1886. Cristo habló como ningún otro hombre lo hizo. Cuando predicó a la multitud el Sermón del Monte, sus lecciones fueron ilustradas por cosas que les resultaban familiares: la ley de Dios, con sus principios incomparables, se orientó a sus mentes y conciencias. Entre los miles que se convirtieron en un día, luego que Cristo hubo resucitado de la tumba y ascendido al Padre, estaban aquellos que habían escuchado y creído las palabras pronunciadas en aquella ocasión. Mientras Jesús estaba entre la gente, vestido con el manto de la humanidad, deseaba revelar a sus discípulos los profundos misterios del plan de la salvación, pero con tristeza se vio forzado a decir: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar”. Lo temporal y lo terrenal se habían amalgamado tanto en sus mentes con lo espiritual y lo eterno, que lo sagrado y lo celestial habían sido eclipsados... Si la mente ha de penetrar en las cosas profundas de Dios, el alma debe llenarse del Espíritu del gran Maestro. La verdad se expandirá y enriquecerá la mente. Su belleza, su pureza, su santidad y su poder vigorizante, han de inspirar a los receptores al grado que no se sentirán contentos con que se los limite en su trabajo. Entonces, el alma ha de clamar al Dios viviente: Muéstrame tu gloria.—Manuscrito 104, 1898.

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