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A Fin de Conocerle


A Fin de Conocerle
Los esfuerzos débiles no bastan, 20 de septiembre Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo. Salmos 61:1, 2. https://ift.tt/BvqcmX8 Cuando estamos preocupados, cuando estamos asediados por la tentación, cuando los sentimientos y los deseos del corazón natural luchan por obtener la victoria, deberíamos ofrecer oraciones fervientes, importunas, a nuestro Padre celestial en el nombre de Cristo; y esto hará que Jesús venga a nuestro socorro, para que, mediante su nombre poderoso y eficaz, podamos lograr la victoria y alejar a Satanás de nuestro lado. Pero no debemos halagarnos a nosotros mismos pensando en que estamos seguros mientras hacemos sólo esfuerzos débiles en nuestro favor. Estas palabras de Cristo deberían tener un gran significado para nosotros: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta”. Lucas 13:24. El peligro que nos amenaza no surge de la oposición del mundo, sino que reside en la amistad que mantenemos con el mundo y en nuestra imitación del ejemplo de los que no aman a Dios ni a su verdad. La pérdida de cosas terrenas por amor a la verdad, el pasar grandes inconvenientes por lealtad a los principios, no nos coloca en peligro de perder nuestra fe y esperanza, pero corremos el riesgo de experimentar pérdida por ser engañados y vencidos por las tentaciones de Satanás. Las pruebas serán beneficiosas, si las soportamos sin murmurar, y nos inducirán a confiar más plenamente en Dios. Solamente en Dios tenemos ayuda. No deberíamos halagarnos pensando en que tenemos poder o sabiduría en nosotros mismos, porque nuestro poder es debilidad y nuestro juicio es necedad. Cristo venció al enemigo por nosotros, porque tuvo compasión de nuestra debilidad y sabía que seriamos vencidos y pereceríamos si él no acudía a nuestro socorro. Cubrió su divinidad con la humanidad, y así estuvo en condiciones de alcanzar al hombre con su brazo humano, mientras que con su brazo divino se aferraba al trono del Infinito.—The Review and Herald, 5 de febrero de 1895.
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