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Conflicto y Valor


Compartir las cargas, 7 de septiembre Daniel 9:1-14. https://ift.tt/eAh6GBV Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión. Daniel 9:3, 4. Todavía preocupado acerca de Israel, Daniel estudió nuevamente las profecías de Jeremías. Estas eran muy claras, tan claras, en realidad, que por los testimonios registrados en los libros, entendió “el número de los años, del cual habló Jehová al profeta Jeremías, que había de concluir la asolación de Jerusalén en setenta años”. Con una fe fundada en la segura palabra profética, Daniel rogó al Señor que estas promesas se cumpliesen prestamente. Rogó que el honor de Dios fuese preservado. En su petición se identificó plenamente con aquellos que no habían cumplido el propósito divino, y confesó los pecados de ellos como propios.—La Historia de Profetas y Reyes, 406, 407. ¡Qué oración fue la que salió de los labios de Daniel! ¡Qué humildad de alma revela! Se reconocía el calor del fuego celestial en las palabras que subían hasta Dios. El Cielo respondió a esa oración enviando su mensajero a Daniel. En nuestros días, las oraciones ofrecidas de esa manera prevalecerán ante Dios. “La oración eficaz del justo puede mucho”. Así como en los tiempos antiguos, cuando se ofrecía la oración, descendía fuego del cielo y consumía el sacrificio sobre el altar, en contestación a nuestras oraciones el fuego celestial vendrá a nuestras almas. La luz y el poder del Espíritu Santo serán nuestros... ¿No tenemos una necesidad tan grande de acudir a Dios como la tuvo Daniel? Me dirijo a los que creen que estamos viviendo en el último período de la historia de esta tierra. Os suplico que llevéis sobre vuestras propias almas la carga por nuestras iglesias, nuestras escuelas y nuestras instituciones. El mismo Dios que escuchó la oración de Daniel oirá la nuestra cuando vayamos a él con espíritu quebrantado. Nuestras necesidades son tan urgentes, tan grandes nuestras dificultades, que necesitamos tener la misma intensidad de propósito, y poner con fe nuestra carga sobre el gran Portador. En nuestros tiempos se necesita que los corazones se conmuevan tan profundamente como en el tiempo cuando Daniel oró. The Review and Herald, 9 de febrero de 1897.

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