Sabbath School
Saturday, November 16 El cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento https://ift.tt/1KZO6ct Comentarios Elena G.W El Hijo de Dios vino al mundo como un restaurador. Él era el Camino, la Verdad, y la Vida. Cada palabra que pronunció era espíritu y vida. Hablaba con autoridad, consciente de su poder para bendecir a la humanidad y librar a los cautivos atados por Satanás; además, estaba consciente de que con su presencia podía traer al mundo una felicidad completa. Anhelaba ayudar a cada miembro de la familia humana que se encontrara oprimido y sufriente, y mostrarle que era su prerrogativa bendecir, no condenar (Exaltad a Jesús, p. 31). Cristo reconoció abiertamente su derecho a la autoridad y a recibir lealtad. “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor —les dijo—; y decís bien, porque lo soy”. “Uno es vuestro Maestro, el Cristo”. Juan 13:13; Mateo 23:8. De ese modo mantuvo la dignidad que le correspondía a su nombre, y la autoridad y el poder que poseía en el cielo. Hubo ocasiones cuando habló con la dignidad de su verdadera grandeza. Más de una vez declaró: “El que tiene oídos para oír, oiga”. Con estas palabras no hacía más que repetir la orden de Dios, cuando desde la excelencia de su gloria el Infinito había declarado: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”. Mateo 17:5. De pie ante los fariseos de ceño fruncido, que trataban de poner en alto su propia importancia, Cristo no vaciló en compararse con los representantes más distinguidos que habían caminado sobre la tierra y declarar su propia eminencia sobre todos ellos (Exaltad a Jesús, p. 31). Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los hombres como a los ángeles. Él era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios hecho audible. En su oración por sus discípulos, dice: “Yo les he manifestado tu nombre”: “misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad”, “para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos”. Pero no solo para sus hijos nacidos en la tierra fue dada esta revelación. Nuestro pequeño mundo es un libro de texto para el universo. El maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el misterio del amor redentor, es el tema en el cual “desean mirar los ángeles”, y será su estudio a través de los siglos sin fin. Tanto los redimidos como los seres que nunca cayeron hallarán en la cruz de Cristo su ciencia y su canción. Se verá que la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz del Calvario, se verá que la ley del renunciamiento por amor es la ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor que “no busca lo suyo” tiene su fuente en el corazón de Dios; y que en el Manso y Humilde se manifiesta el carácter de Aquel que mora en la luz inaccesible al hombre (El Deseado de todas las gentes, p. 11).
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Saturday, November 16 El cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento https://ift.tt/1KZO6ct Comentarios Elena G.W El Hijo de Dios vino al mundo como un restaurador. Él era el Camino, la Verdad, y la Vida. Cada palabra que pronunció era espíritu y vida. Hablaba con autoridad, consciente de su poder para bendecir a la humanidad y librar a los cautivos atados por Satanás; además, estaba consciente de que con su presencia podía traer al mundo una felicidad completa. Anhelaba ayudar a cada miembro de la familia humana que se encontrara oprimido y sufriente, y mostrarle que era su prerrogativa bendecir, no condenar (Exaltad a Jesús, p. 31). Cristo reconoció abiertamente su derecho a la autoridad y a recibir lealtad. “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor —les dijo—; y decís bien, porque lo soy”. “Uno es vuestro Maestro, el Cristo”. Juan 13:13; Mateo 23:8. De ese modo mantuvo la dignidad que le correspondía a su nombre, y la autoridad y el poder que poseía en el cielo. Hubo ocasiones cuando habló con la dignidad de su verdadera grandeza. Más de una vez declaró: “El que tiene oídos para oír, oiga”. Con estas palabras no hacía más que repetir la orden de Dios, cuando desde la excelencia de su gloria el Infinito había declarado: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”. Mateo 17:5. De pie ante los fariseos de ceño fruncido, que trataban de poner en alto su propia importancia, Cristo no vaciló en compararse con los representantes más distinguidos que habían caminado sobre la tierra y declarar su propia eminencia sobre todos ellos (Exaltad a Jesús, p. 31). Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los hombres como a los ángeles. Él era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios hecho audible. En su oración por sus discípulos, dice: “Yo les he manifestado tu nombre”: “misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad”, “para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos”. Pero no solo para sus hijos nacidos en la tierra fue dada esta revelación. Nuestro pequeño mundo es un libro de texto para el universo. El maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el misterio del amor redentor, es el tema en el cual “desean mirar los ángeles”, y será su estudio a través de los siglos sin fin. Tanto los redimidos como los seres que nunca cayeron hallarán en la cruz de Cristo su ciencia y su canción. Se verá que la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz del Calvario, se verá que la ley del renunciamiento por amor es la ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor que “no busca lo suyo” tiene su fuente en el corazón de Dios; y que en el Manso y Humilde se manifiesta el carácter de Aquel que mora en la luz inaccesible al hombre (El Deseado de todas las gentes, p. 11).
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