Dios nos Cuida

Cultivemos la ternura en el hogar, 19 de septiembre Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados. 1 Pedro 4:8. https://ift.tt/n1Wf84M El joven que acudió a Jesús le preguntó acerca de qué podía hacer para heredar la vida eterna. Jesús le dijo que guardara los mandamientos y enumeró varios preceptos de la ley. El joven replicó: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?” Mateo 19:20. Los cuatro primeros mandamientos señalan el deber del hombre de amar a Dios sobre todas las cosas, y los últimos seis presentan el requisito de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. ¿Cuántos lo están haciendo verdadera y sinceramente, y de todo corazón? El Señor vendrá pronto, pero, ¿estamos cumpliendo los deberes que nos impone la justicia? El amor es la base de la piedad. Nadie ama a Dios, no importa cuán religioso pretenda ser, a menos que ame desinteresadamente a su hermano. Puesto que Dios nos amó antes que nosotros lo amáramos a él, amaremos a todos aquellos por quienes Cristo murió. No dejaremos que esa alma que está en gran peligro y padece mucha necesidad se vaya sin amonestar, sin que trabajemos ni nos preocupemos por ella. No abandonaremos a los que yerran, ni seremos criticones ni exigentes, ni los dejaremos para que se hundan en mayor desgracia y desánimo, ni que caigan en el campo de batalla de Satanás, porque Dios nos tratará tal como trata a nuestros hermanos o a los miembros menores de la familia del Señor. Cultiven la ternura del corazón; rodeen su vida de hogar con la atmósfera del amor. El espíritu que ha prevalecido por mucho tiempo en la iglesia ofende a Dios. Pero todos los que se han sentido libres de condenar, descorazonar y desanimar a su prójimo, todos los que han dejado de manifestar ternura, bondad, simpatía y compasión a los tentados y probados, verificarán por experiencia propia que se los llevará al terreno donde otros ya pasaron, y sufrirán ellos mismos las consecuencias de su dureza de corazón. Padecerán lo que otros han sufrido por causa de su falta de simpatía, hasta que aborrezcan la dureza de su corazón y abran la puerta para que Jesús pueda entrar. El poder de Dios, que es capaz de convertir, debe entrar en cada alma que tiene alguna relación con la obra y la causa del Señor, para que cada cual sea lleno del amor y la compasión de Cristo, pues en caso contrario algunos nunca verán el reino de los cielos.
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Satanás les ofrece a los hombres los reinos del mundo si ellos le ceden la supremacía. Muchos hacen esto y sacrifican el cielo. Es mejor morir que pecar; es mejor padecer necesidad que defraudar; es mejor pasar hambre que mentir.—Testimonies for the Church 4:495 (1880). {EUD 121.4}
Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”, añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que pudiéramos entender: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.19 El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero concepto del perdón cuando oró “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. También dijo: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”.20 {DMJ 97.2}
https://egwwritings.org/?ref=es_DMJ.97.2&para=175.533


“No cerrará el tiempo de gracia hasta que el mensaje haya sido proclamado con más claridad. La ley de Dios ha de ser magnificada [...] El mensaje de la justicia de Cristo ha de resonar de un extremo de la tierra hasta el otro para preparar el camino del Señor. Esta es la gloria de Dios que terminará la obra del tercer ángel”. Joyas de los Testimonios (JT), vol. 2, (Bs. As.: ACES, 1956), pp. 373,374