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El cielo en el corazón, 7 de noviembre

 El cielo en el corazón, 7 de noviembre

Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Marcos 3:35.Una fuente pura no puede dar origen a una corriente impura; tampoco el verdadero cristiano pronunciará palabras ofensivas, ni entrará en discusión con los que lo rodean. Cuando le entregamos el corazón a Dios, tenemos que luchar constantemente, porque debemos hacer frente al enemigo de toda justicia. Emplerá todos los medios posibles para desanimarnos y derribarnos. El mundo se opone a Cristo y a su obra. Pero los que tratan de cumplir la voluntad de Dios tienen este consuelo: Están unidos con las más altas autoridades del cielo. Al confiar en Cristo, al avanzar paso a paso, los hijos de Dios obtendrán la victoria.

Si queremos tener un lugar en el mundo venidero, tenemos que someter nuestra voluntad a la de Dios. Tenemos que seguir la luz que ilumina nuestra senda...

Nadie piense que mientras vive en transgresión, podrá entrar por las puertas de la santa ciudad. Aquellos que se encuentren en rebelión contra Dios cuando Cristo venga, no serán admitidos en las cortes celestiales. Ningún rebelde entrará en el cielo.

Cada día debemos prepararnos para el reino de gloria. La norma de Dios debe probar nuestros caracteres. Si pasamos la prueba, se nos dará un lugar entre los redimidos.

El cielo debe llenar nuestro corazón y nuestra vida diaria. Cristo es un todopoderoso ayudador, y los que lo siguen no andarán en tinieblas, sino que comprenderán los pensamientos del cielo. Oirán la voz del verdadero Pastor y avanzarán por la senda de la obediancia.

Debemos escudriñar las Escrituras por nosotros mismos. Al escrutarlas como tesoro escondido, las verdades que encontremos nos darán fortaleza para resistir en el día de Dios. El Señor nos considera responsables por aquellos que nos rodean. Hay pecadores que salvar; almas que ganar. ¿Permitiremos que la iniquidad nos separe de Cristo y de la obra que nos ha encargado hacer? Cada uno de nosotros diga: “No le fallaré al Salvador. No debe morir en vano por mí. Quiero alabarlo por toda la eternidad. Quiero llegar al cielo a cualquier costo”.

¿Quieren ver ustedes al Rey en su hermosura? ¿Quieren estar de pie frente al trono blanco? Entonces tienen que obedecer los mandamientos de Dios...—Manuscrito 31, del 7 de noviembre de 1886, “Sometamos nuestra voluntad a la de Dios”. Sermón pronunciado en Torre Pellice, Italia.

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