
Comentarios Elena G.W https://ift.tt/3KAjzdD Dios dio a los hombres el recordativo de su poder creador, a fin de que lo vieran en las obras de sus manos. El sábado nos invita a contemplar la gloria del Creador en sus obras creadas. Y a causa de que Jesús quería que lo hiciéramos, relacionó sus preciosas lecciones con la hermosura de las cosas naturales. En el santo día de descanso, más especialmente que en todos los demás días, debemos estudiar los mensajes que Dios nos ha escrito en la naturaleza. Debemos estudiar las parábolas del Salvador allí donde las pronunciara, en los prados y arboledas, bajo el cielo abierto, entre la hierba y las flores. Cuando nos acercamos íntimamente al corazón de la naturaleza, Cristo hace que su presencia sea real para nosotros, y habla a nuestros corazones de su paz y amor (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 14, 15). El sábado fue santificado en ocasión de la creación. Tal cual fue ordenado para el hombre, tuvo su origen cuando “las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios”. La paz reinaba sobre el mundo entero, porque la tierra estaba en armonía con el cielo. “Vió Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera;” y reposó en el gozo de su obra terminada. Génesis 1:31. Por haber reposado en sábado, “bendijo Dios el día séptimo y santificólo”, es decir, que lo puso aparte para un uso santo. Lo dio a Adán como día de descanso. Era un monumento recordativo de la obra de la creación, y así una señal del poder de Dios y de su amor. Las Escrituras dicen: “Hizo memorables sus maravillas”. “Las cosas invisibles de él, su eterna potencia y divinidad, se echan de ver desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas”. Génesis 2:3; Salmo 111:4; Romanos 1:20… A todos los que reciban el sábado como señal del poder creador y redentor de Cristo, les resultará una delicia. Viendo a Cristo en él, se deleitan en él. El sábado les indica las obras de la creación como evidencia de su gran poder redentor (El Deseado de todas las gentes, pp. 248, 255). [En] el reino de Dios, [los redimidos discernirán] constantemente nuevas profundidades en el plan de salvación. Todos los santos redimidos verán y apreciarán como nunca antes el amor del Padre y del Hijo, y las lenguas inmortales entonarán cantos de alabanza. Él nos ama, y dio su vida por nosotros. Cantaremos a las riquezas del amor redentor con nuestros cuerpos glorificados, con nuestras facultades acrecentadas, con nuestros corazones puros y con nuestros labios incontaminados. En el cielo no habrá dolientes; no habrá escépticos que convencer de la realidad de las cosas eternas; no habrá prejuicios para desarraigar, sino que todo estará sometido a ese amor que sobrepuja todo entendimiento. Hay un reposo para el pueblo de Dios, gracias al Señor, donde Jesús conducirá a los redimidos a los verdes prados, junto a las aguas vivas que alegran la ciudad de Dios. Entonces será respondida la oración de Jesús a su Padre: “Aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo”. Juan 17:24 (Maranata, pp. 328, 329).
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