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Conflicto y Valor


Vaciados del yo, 25 de julio https://ift.tt/miPsvXM 1 Reyes 18:41-46. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto. Santiago 5:17, 18. Se nos presentan lecciones importantes en la experiencia de Elías. Cuando sobre el monte Carmelo ofreció la oración pidiendo lluvia, su fe fue probada, pero perseveró en presentar su pedido a Dios... Si, desalentado, hubiera abandonado a la sexta vez, su oración no hubiera sido contestada pero perseveró hasta que llegó la respuesta. Tenemos un Dios cuyo oído no está cerrado a nuestras peticiones, y si ponemos a prueba su palabra, él honrará nuestra fe. Quiere que todos nuestros intereses estén entrelazados con los suyos, y entonces podrá bendecirnos sin peligro, porque ya no nos atribuiremos la gloria cuando llegue la bendición; sino que daremos a Dios toda la alabanza. Dios no siempre contesta nuestras oraciones la primera vez que le rogamos, porque si lo hiciera, pensaríamos que tenemos derecho a todas las bendiciones y favores que nos concede. En vez de escudriñar nuestros corazones para ver si acariciamos algún mal o nos complacemos en algún pecado, nos volveríamos descuidados y fallaríamos en comprender nuestra dependencia de él, y nuestra necesidad de su ayuda. Elías se humilló hasta que estuvo en condiciones de no atribuirse a sí mismo la gloria. Esta es la condición por la cual el Señor escucha la oración, porque entonces daremos a él la alabanza. La costumbre de alabar a los hombres da como resultado un gran mal. Uno alaba al otro, y de esta forma los hombres llegan a creer que la gloria y la honra les pertenecen. Cuando ensalzáis a un hombre, estáis poniendo una trampa para su alma, y hacéis justamente lo que Satanás quiere que hagáis... Solamente Dios es digno de ser glorificado.—The S.D.A. Bible Commentary 2:1034, 1035. A medida que [Elías] escudriñaba su corazón, parecía disminuirse más y más, tanto en su propia estima como a la vista de Dios. Le parecía que no valía nada, y que Dios lo era todo: y cuando alcanzó el punto de renunciar a sí mismo, mientras se aferraba al Salvador como su única fuerza y justicia, la respuesta llegó.—Ibid. 1035.

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