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Cada Día con Dios


Cada Día con Dios
Guíenos Cristo, 18 de diciembre https://ift.tt/DSEG6tu Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos, mas a ellos no les es dado. Mateo 13:10, 11. Cristo dio a entender a sus discípulos que predicaba por medio de parábolas y escondía las grandes verdades que presentaba mediante expresiones figuradas, para que las personas que no tenían la verdad ni la amaban, aquellos cuyos corazones habían sido desviados por sus propios caracteres y su inclinación a la complacencia propia, no pudieran conocer sus doctrinas... Nuestro Señor calificó a los oidores infructuosos como escépticos, superficiales o secularizados. Los tales no pueden percibir la gloria moral de la verdad, o su aplicación práctica y personal a sus propios corazones. Carecen de la fe que vence al mundo, y en consecuencia el mundo los vence a ellos... El entendimiento se vuelve rápido y agudo sólo mediante la íntima comunión con Dios. Los hombres del tiempo de Cristo se acarrearon esa ceguera que aun viendo no ve, y esa sordera voluntaria que al oír no oye ni entiende. Jesús les dijo que no tenían razón para sorprenderse de lo que había dicho con respecto a su incredulidad, porque Isaías había predicho la misma cosa. [Se cita Mateo 13:13-15]. Muchos de los que profesan creer la verdad para este tiempo estarán en una situación similar. No comprenderán la maravillosa obra de Dios por medio de la cual confirma su Palabra. No se darán cuenta de que la obra del Espíritu Santo es consecuencia de su poder, no porque no haya suficientes evidencias, sino porque la rebeldía y la corrupción de sus propios corazones no les permitirán reconocer con honestidad y sencillez el peso de esas evidencias, porque sus pecados han endurecido sus almas, y la conformidad con el mundo ha nublado su concepto de las cosas divinas... No están dispuestos a que se los conduzca por la senda de la justicia que lleva hasta la ciudad de Dios... Debemos confiar cabalmente en el Señor. Será para nosotros un pronto auxilio en las tribulaciones. Esperemos en el Altísimo y ejerzamos fe en sus promesas. Nos escuchará. Limitémonos a creer. El Capitán de nuestra salvación no nos dejará conducir nuestro propio barco. Dispondremos de su ayuda y su sabiduría justamente cuando las necesitemos.—Carta 24, del 18 de diciembre de 1882, dirigida a W. C. White.
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