El Cristo Triunfante
“Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”, 24 de octubre “Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. Hechos 5:29. https://ift.tt/bsJotxu En la mayor parte de las controversias religiosas el fundamento del problema es que el yo lucha por la supremacía. ¿Sobre qué se discute? Sobre asuntos que no son en absoluto puntos vitales, y que se consideran como tales sólo porque los hombres les han dado importancia. Véase Mateo 12:31-37; Marcos 14:56; Lucas 5:21; Mateo 9:3. Pero sigamos la historia de los hombres a quienes los sacerdotes y los príncipes creyeron tan peligrosos, porque presentaban una enseñanza nueva y extraña sobre casi cada tema teológico. La orden dada por el Espíritu: “Id, y estando en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida”, fue obedecida por los apóstoles. Si los sacerdotes y los príncipes se hubieran atrevido a realizar sus propios sentimientos hacia los apóstoles, habría un relato diferente, pues el ángel del Señor vigilaba en esta ocasión para magnificar el nombre de Cristo si se hubiera recurrido a alguna violencia hacia sus siervos. “Y como los trajeron, los presentaron en el concilio: y el príncipe de los sacerdotes les preguntó, diciendo: ¿No os denunciamos estrechamente, que no enseñaseis en este nombre?... Y respondiendo Pedro y los apóstoles dijeron: Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres... Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen. Ellos, oyendo esto, regañaban, y consultaban matarlos”. Entonces el Espíritu Santo se posesionó de Gamaliel, un fariseo, “doctor de la ley, venerable a todo el pueblo”. Su consejo fue: “Dejaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá: mas si es de Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios. Y convinieron con él. Sin embargo, los atributos de Satanás dominaron de tal suerte sus mentes que, a pesar de los maravillosos milagros que se habían obrado en la curación de los enfermos y en la liberación de los siervos de Dios de la cárcel, los sacerdotes y gobernantes estaban tan llenos de prejuicio y de odio que difícilmente podían refrenarse. “Y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos partieron de la presencia del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo”.—Carta 38, 1896.
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