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Recibiréis Poder


Recibiréis Poder
Sintamos nuestra necesidad espiritual, 7 de octubre Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Lucas 18:13. https://ift.tt/5NeOU8A Deberíamos estar a menudo en oración. El derramamiento del Espíritu Santo vino en respuesta a la oración ferviente. Noten este hecho en relación con los discípulos. El registro dice: “Estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo”. Hechos 2:1-4. No estaban reunidos para relatar chismes escandalosos, ni para exponer cada mancha que pudieran encontrar en el carácter de un hermano. Sentían su necesidad espiritual, y clamaron al Señor por la santa unción que los ayudaría a vencer sus propias debilidades, con el propósito de prepararlos para la obra de salvar a otros. Oraron con intenso fervor pidiendo que el amor de Cristo fuera derramado en sus corazones. Esta es hoy la gran necesidad en cada iglesia del planeta. Porque “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. 2 Corintios 5:17. Lo que es objetable en el carácter es eliminado por el amor de Jesús. Todo egoísmo es expulsado, toda envidia, toda maledicencia es arrancada de raíz, y se opera una transformación radical en el corazón. “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Gálatas 5:22, 23. “Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. Santiago 3:18. Pablo dice que “en cuanto a la ley”—en lo que respecta a actos externos—era “irreprensible”; pero cuando discernió el carácter espiritual de la ley, y se miró en el santo espejo, se vio a sí mismo como pecador. Juzgado por una norma humana, era sin pecado; pero cuando miró en las profundidades de la ley de Dios, y se vio a sí mismo como Dios lo veía, se inclinó humildemente y confesó su culpa.—The Review and Herald, 22 de julio de 1890.
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