Para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El
mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.Mateo 8:17. {RJ 11.1}
Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo para ministrar
incansablemente a la necesidad del hombre. “Tomó nuestras enfermedades, y llevó
nuestras dolencias”, a fin de poder ministrar a toda necesidad de la humanidad.
Vino para quitar la carga de enfermedad, miseria y pecado. Era su misión traer
completa restauración a los hombres; vino para darles salud, paz y perfección
de carácter. {RJ
11.2}
Diversas eran las circunstancias y necesidades de aquellos que
solicitaban su ayuda, y ninguno de los que acudían a El se iba sin haber
recibido ayuda. De El fluía un raudal de poder sanador, y los hombres eran
sanados en cuerpo, mente y alma. {RJ 11.3}
La obra del Salvador no se limitaba a lugar o tiempo alguno. Su
compasión no conocía límites. Verificaba su obra de curación y enseñanza en tan
grande escala que no había en toda Palestina edificio bastante amplio para
contener las multitudes que acudían a El. En las verdes laderas de las colinas
de Galilea, en los caminos, a orillas del mar, en las sinagogas, y en todo
lugar donde se le podía llevar enfermos, encontraba su hospital. En toda
ciudad, todo pueblo, toda aldea donde pasara, imponía las manos a los
afligidos, y los sanaba. Dondequiera que hubiese corazones listos para recibir
su mensaje, El los consolaba con la seguridad del amor de su Padre celestial.
Durante todo el día servía a los que acudían a El; y por la noche atendía a los
que durante el día debían trabajar para ganar una pitanza con que sostener a
sus familias. {RJ
11.4}
Jesús llevaba el peso aterrador de la responsabilidad por la salvación
de los hombres. El sabía que a menos que hubiese un cambio radical en los
principios y propósitos de la especie humana, todo se perdería. Tal era la
carga de su alma, y nadie podía apreciar el peso que descansaba sobre El. En la
niñez, en la juventud y en la edad viril, anduvo solo... {RJ 11.5}
Día tras día hacía frente a pruebas y tentaciones; día tras día se
hallaba en contacto con el mal, y presenciaba su poder sobre aquellos a quienes
El trataba de bendecir y salvar. Sin embargo, no desmayaba ni se desalentaba... {RJ 11.6}
Siempre se mostró paciente y gozoso, y los afligidos lo saludaban como
un mensajero de vida y paz. Veía las necesidades de hombres y mujeres, de niños
y jóvenes, y a todos daba la invitación: “Venid a mí”... {RJ 11.7}
Mientras pasaba por los pueblos y las ciudades, era como una corriente
vital que difundía vida y gozo.—Obreros Evangélicos, 41-43. {RJ 11.8}
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