Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de
muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a
los que le esperan. Hebreos 9:28. {MSV 10.3}
Cuando se produjo el primer advenimiento de Cristo, los sacerdotes y los
fariseos de la ciudad santa, a quienes fueran confiados los oráculos de Dios,
habrían podido discernir las señales de los tiempos y proclamar la venida del
Mesías prometido. La profecía de Miqueas señalaba el lugar de su nacimiento. Miqueas 5:2. Daniel especificaba
el tiempo de su advenimiento. Daniel 9:25. Dios había
encomendado estas profecías a los caudillos de Israel; no tenían pues excusa
por no saber que el Mesías estaba a punto de llegar y por no habérselo dicho al
pueblo. Su ignorancia era resultado de culpable descuido... Todo el pueblo
debería haber estado velando y esperando para hallarse entre los primeros en
saludar al Redentor del mundo. En vez de todo esto, vemos, en Belén, a dos
caminantes cansados que vienen de los collados de Nazaret, y que recorren toda
la longitud de la angosta calle del pueblo hasta el extremo este de la ciudad,
buscando en vano lugar de descanso y abrigo para la noche. Ninguna puerta se
abre para recibirlos. En un miserable cobertizo para el ganado, encuentran al
fin un refugio, y allí fue donde nació el Salvador del mundo... {MSV 10.4}
No hay señales de que se espere a Cristo ni preparativos para recibir
al Príncipe de la vida. Asombrado, el mensajero celestial está a punto de
volverse al cielo con la vergonzosa noticia, cuando descubre un grupo de
pastores que están cuidando sus rebaños durante la noche, y que al contemplar
el cielo estrellado, meditan en la profecía de un Mesías que debe venir a la
tierra y anhelan el advenimiento del Redentor del mundo. Aquí tenemos un grupo
de seres humanos preparados para recibir el mensaje celestial. Y de pronto
aparece el ángel del Señor proclamando las buenas nuevas de gran goza... {MSV 10.5}
¡Oh! ¡Qué lección encierra esta maravillosa historia de Belén! ¡Qué
reconvención para nuestra incredulidad, nuestro orgullo y amor propio! ¡Cómo
nos amonesta a que tengamos cuidado, no sea que por nuestra criminal
indiferencia, nosotros también dejemos de discernir las señales de los tiempos,
y no conozcamos el día de nuestra visitación!—Seguridad y Paz en el Conflicto de los
Siglos, 358-360. {MSV
11.1}
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