Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de
Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. 1 Juan 3:1. {HHD 10.1}
Mientras Juan pensaba en el amor de Cristo, se sintió impulsado a
exclamar: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos
de Dios”. {HHD
10.2}
La gente considera un gran privilegio ver a un personaje de la familia
real, y miles viajan grandes distancias para contemplar a uno de ellos. ¡Cuánto
mayor es el privilegio de ser hijos e hijas del Altísimo! ¿Qué prerrogativa más
grande se nos podría conferir que la de permitirnos formar parte de la familia
real? {HHD
10.3}
A fin de llegar a ser hijos e hijas de Dios, debemos separarnos del
mundo. “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor,... y seré a
vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas”. {HHD 10.4}
Hay un cielo delante de nosotros, una corona de vida que ganar. Pero
sólo se dará la recompensa al vencedor. El que gane el cielo debe entrar
revestido del manto de justicia. “Y cualquiera que tiene esta esperanza en él,
se purifica, como él también es limpio”. En el carácter de Cristo no había desarmonía
de ninguna especie. Y ésta debe ser nuestra experiencia. Nuestra vida debe
estar dominada por los principios que regían la suya.—Manuscrito 28, 1886. {HHD 10.5}
Por medio de la perfección del sacrificio hecho en favor de la raza
culpable, los que creen en Cristo, al venir a él, pueden ser salvados de la
ruina eterna.—The
Youth’s Instructor, 27 de septiembre de 1894. {HHD 10.6}
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