“Entonces Dios contempló todo lo que había hecho, y vio que era bueno en
gran manera. Y fue la tarde y la mañana, el día sexto”.Génesis 1:31. {CT 10.1}
¡Cuán hermosa era la tierra cuando salió de las manos de su Creador!
Dios presentó delante del universo un mundo en el que su minuciosa mirada no
pudo encontrar mancha ni error, defecto ni imperfección. Cada parte de su
creación ocupó el lugar que se le asignó, respondiendo de este modo al
propósito para el cual fue creada. Al igual que las piezas de una maquinaría,
todo funcionaba en perfecta armonía. La paz y el regocijo santo llenaron la
tierra. No había turbación ni conflicto. Ninguna enfermedad afligía al hombre
ni a la bestia y el reino vegetal se manifestaba libre de mancha y corrupción.
Dios contempló la obra de sus manos forjada por Cristo y declaró que todo era
“bueno en gran manera”. El Señor contemplaba un mundo perfecto, sin rastro de
pecado ni imperfección. {CT 10.2}
Pero sobrevino un cambio. Satanás tentó a Adán y él cayó. Aquel que en
el cielo había manifestado su deslealtad y fue expulsado, dio informes
mentirosos de Dios a los seres creados y ellos lo escucharon y creyeron. Y el
pecado entró en el mundo y con el pecado, la muerte. Al trabajar para Dios, hoy
sufrimos las consecuencias de la deslealtad de nuestros primeros padres, y
hasta el fin de la historia de este mundo nuestras labores serán más y más
fatigosas.—Carta 23, 1903. {CT 10.3}
Satanás había hecho de los hombres y mujeres sus prisioneros y los
reclamaba como súbditos. Cristo sabía que ningún ser creado sería capaz de ser
el intercesor del hombre, y él mismo entró en el fiero conflicto y luchó contra
Satanás. El unigénito Hijo de Dios era el único que podía librar a los que
estaban sujetos a Satanás por el pecado de Adán. {CT 10.4}
El Hijo de Dios accedió a que Satanás probara todas sus estratagemas
contra él. El enemigo había tentado a los ángeles en el cielo, y después al
primer Adán. Este cayó, y Satanás supuso que tendría éxito en entrampar a
Cristo después que asumiera la humanidad. Toda la hueste caída contempló esta
lucha como la oportunidad de obtener la supremacía sobre Cristo. Habían
anhelado tener la ocasión de mostrar su enemistad contra Dios. Cuando los
labios del Maestro fueron sellados por la muerte, Satanás y sus ángeles
imaginaron que habían obtenido la victoria. {CT 10.5}
Fue el sentimiento de que pesaba sobre él la culpabilidad del mundo
entero lo que produjo en Cristo una angustia indecible. En esta lucha mortal el
Hijo de Dios podía depender únicamente de su Padre celestial; todo fue por la
fe. Él mismo era el rescate, el don dado para la liberación de los cautivos.
Por su propio brazo había traído salvación a los hijos de los hombres, pero ¡a
qué costo para sí mismo!—Manuscrito 125, 1901. {CT 10.6}
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