La ternura inigualada de Cristo, 22 de marzo
El Señor me dio lengua de
sabios, para saber hablar palabras al cansado. Isaías 50:4. EJ 89.1
Como el rocío y las lluvias
suaves caen sobre las plantas agostadas, caigan también con suavidad vuestras
palabras cuando procuréis sacar a los hombres del error. El plan de Dios
consiste en llegar primero al corazón. Debemos decir la verdad con amor, confiados
en que él le dará poder para reformar la conducta. El Espíritu Santo aplicará
al alma la palabra dicha con amor. EJ 89.2
Por naturaleza somos egoístas y
tercos. Pero si aprendemos las lecciones que Cristo desea darnos, nos haremos
partícipes de su naturaleza, y de entonces en adelante viviremos su vida. El
ejemplo admirable de Cristo, la incomparable ternura con que compartía los
sentimientos de los demás, llorando con los que lloraban, regocijándose con los
que se regocijaban, deben ejercer honda influencia en el carácter de los que le
siguen con sinceridad. Con palabras y actos bondadosos tratarán de allanar el
camino para los pies cansados... EJ 89.3
En derredor nuestro hay almas
afligidas. En cualquier parte podemos encontrarlas. Busquémoslas y digámosles
una palabra oportuna que las consuele. Seamos siempre canales por donde fluyan
las refrigerantes aguas de la compasión. EJ 89.4
En todas nuestras relaciones
hemos de tener presente que en la experiencia ajena hay capítulos sellados en
que no penetran las miradas de los mortales. En las páginas del recuerdo hay
historias tristes que son inviolables para los ojos ajenos. Están consignadas
allí largas y rudas batallas libradas en circunstancias críticas, tal vez
dificultades de familia que día tras día debilitan el ánimo, la confianza y la
fe. Los que pelean la batalla de la vida contra fuerzas superiores pueden
recibir fortaleza y aliento merced a pequeñas atenciones que sólo cuestan un
esfuerzo de amor. Para ellos, el fuerte apretón de mano de un amigo verdadero
vale más que oro y plata. Las palabras de bondad son tan bien recibidas como
las sonrisas de ángeles. EJ 89.5
Hay muchedumbres que luchan con
la pobreza, obligadas a trabajar arduamente por modestos salarios, que alcanzan
apenas a satisfacer las primeras necesidades de la vida. Los afanes y
privaciones, sin esperanza de mejora, hacen muy pesadas sus cargas. Cuando a
esto se añaden los dolores y la enfermedad, la carga resulta casi insoportable.
Oprimidos y agobiados, no saben dónde buscar alivio. Simpatícese con ellos en
sus pruebas, sus congojas y sus desengaños. Esto abrirá camino para ayudarles.
Háblese de las promesas de Dios, órese con ellos y por ellos, infúndaseles
esperanza. EJ 89.6
Las palabras de afabilidad y
aliento dichas cuando el alma está enferma y débil el pulso de su ser mortal,
las considera el Salvador como si se las dijeran a él mismo. Cuando los
corazones son así alentados, los ángeles del cielo se deleitan en contemplarlo.—El Ministerio de Curación, 114-116. EJ 89.7
Comentarios
Publicar un comentario