En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la
voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como
dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Juan 7:37, 38. {RJ 10.1}
El sacerdote había cumplido esa mañana la ceremonia que conmemoraba la
acción de golpear la roca en el desierto. Esa roca era un símbolo de Aquel que
por su muerte haría fluir raudales de salvación a todos los sedientos. Las
palabras de Cristo eran el agua de vida. Allí en presencia de la congregada
muchedumbre se puso aparte para ser herido, a fin de que el agua de la vida
pudiese fluir al mundo. Al herir a Cristo, Satanás pensaba destruir al Príncipe
de la vida; pero de la roca herida fluía agua viva. Mientras Jesús hablaba al
pueblo, los corazones se conmovían con una extraña reverencia y muchos estaban
dispuestos a exclamar, como la mujer de Samaria: “Dame esa agua, para que no
tenga yo sed”. Juan
4:15. {RJ
10.2}
Jesús conocía las necesidades del alma. La pompa, las riquezas y los
honores no pueden satisfacer el corazón. “Si alguno tiene sed, venga a mí y
beba”. Los ricos, los pobres, los encumbrados y los humildes son igualmente
bienvenidos. El promete aliviar el ánimo cargado, consolar a los tristes, dar
esperanza a los abatidos. Muchos de los que oyeron a Jesús lloraban esperanzas
frustradas; muchos alimentaban un agravio secreto; muchos estaban tratando de
satisfacer su inquieto anhelo con las cosas del mundo y la alabanza de los
hombres; pero cuando habían ganado todo encontraban que habían trabajado tan
sólo para llegar a una cisterna rota en la cual no podían aplacar su sed. Allí
estaban en medio del resplandor de la gozosa escena, descontentos y tristes. Este
clamor repentino: “Si alguno tiene sed”, los arrancó de su pesarosa meditación,
y mientras escuchaban las palabras que siguieron, su mente se reanimó con una
nueva esperanza. El Espíritu Santo presentó delante de ellos el símbolo hasta
que vieron en El el inestimable don de la salvación. {RJ 10.3}
El clamor que Cristo dirige al alma sedienta sigue repercutiendo, y
llega a nosotros con más fuerza que a aquellos que lo oyeron en el templo en
aquel último día de la fiesta. El manantial está abierto para todos. A los
cansados y exhaustos se ofrece la refrigerante bebida de la vida eterna. Jesús
sigue clamando: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”. “Y el que tiene sed,
venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. “Mas el que
bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo
le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Apocalipsis 22:17; Juan 4:14.—El Deseado de Todas las Gentes, 417,
418. {RJ
10.4}
Comentarios
Publicar un comentario