Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el
cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse. Filipenses
2:5-6. {EJ
12.1}
En el cielo, antes de su rebelión, Lucifer era un ángel honrado y excelso,
cuyo honor seguía al del amado Hijo de Dios. Su semblante, así como el de los
demás ángeles, era apacible y denotaba felicidad. Su frente alta y espaciosa
indicaba su poderosa inteligencia. Su forma era perfecta; su porte noble y
majestuoso. Una luz especial resplandecía sobre su rostro y brillaba a su
alrededor con más fulgor y hermosura que en los demás ángeles. Sin embargo,
Cristo, el amado Hijo de Dios, tenía la preeminencia sobre todas las huestes
angélicas. Era uno con el Padre antes que los ángeles fueran creados. Lucifer
tuvo envidia de él y gradualmente asumió la autoridad que le correspondía sólo
a Cristo. {EJ
12.2}
El gran Creador convocó a las huestes celestiales para conferir honra
especial a su Hijo en presencia de todos los ángeles. Este estaba sentado en el
trono con el Padre, con la multitud celestial de santos ángeles reunida a su
alrededor. Entonces el Padre hizo saber que había ordenado que Cristo, su Hijo,
fuera igual a él; de modo que doquiera estuviese su Hijo, estaría él mismo también.
La palabra del Hijo debería obedecerse tan prontamente como la del Padre. Este
había sido investido de la autoridad de comandar las huestes angélicas. Debía
obrar especialmente en unión con él en el proyecto de creación de la tierra y
de todo ser viviente que habría de existir en ella. Ejecutaría su voluntad. No
haría nada por sí mismo. La voluntad del Padre se cumpliría en él. {EJ 12.3}
Lucifer estaba envidioso y tenía celos de Jesucristo. No obstante,
cuando todos los ángeles se inclinaron ante él para reconocer su supremacía,
gran autoridad y derecho de gobernar, se inclinó con ellos, pero su corazón
estaba lleno de envidia y odio... {EJ 12.4}
Los ángeles leales trataron de reconciliar con la voluntad de su Creador
a ese poderoso ángel rebelde. Justificaron el acto de Dios al honrar a Cristo,
y con poderosos argumentos trataron de convencer a Lucifer de que no tenía
entonces menos honra que la que había tenido antes que el Padre proclamara el
honor que había conferido a su Hijo. Le mostraron claramente que Cristo era el
Hijo de Dios, que existía con él antes que los ángeles fueran creados, y que
siempre había estado a la diestra del Padre, sin que su tierna y amorosa
autoridad hubiese sido puesta en tela de juicio hasta ese momento; y que no
había dado orden alguna que no fuera ejecutada con gozo por la hueste angélica.
Argumentaron que el hecho de que Cristo recibiera honores especiales de parte del
Padre en presencia de los ángeles no disminuía la honra que Lucifer había
recibido hasta entonces. Los ángeles lloraron. Ansiosamente intentaron
convencerlo de que renunciara a su propósito malvado para someterse a su
Creador, pues todo había sido hasta entonces paz y armonía... Lucifer no quiso
escucharlos.—La
Historia de la Redención, 13-16. {EJ 12.5}
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