
𝐄𝐧 𝐜𝐚𝐝𝐚 𝐬𝐢𝐭𝐮𝐚𝐜𝐢ó𝐧 𝐉𝐞𝐬ú𝐬 𝐝𝐚 𝐛𝐞𝐧𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐨𝐩𝐨𝐫𝐭𝐮𝐧𝐚𝐬, 𝟏𝟕 𝐝𝐞 𝐧𝐨𝐯𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞 https://m.egwwritings.org/es/book/1755.2371#2371 ¿𝐏𝐨𝐫 𝐪𝐮é 𝐭𝐞 𝐚𝐛𝐚𝐭𝐞𝐬, 𝐨𝐡 𝐚𝐥𝐦𝐚 𝐦í𝐚, 𝐲 𝐩𝐨𝐫 𝐪𝐮é 𝐭𝐞 𝐭𝐮𝐫𝐛𝐚𝐬 𝐝𝐞𝐧𝐭𝐫𝐨 𝐝𝐞 𝐦í? 𝐄𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐧 𝐃𝐢𝐨𝐬; 𝐩𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐚ú𝐧 𝐡𝐞 𝐝𝐞 𝐚𝐥𝐚𝐛𝐚𝐫𝐥𝐞, 𝐬𝐚𝐥𝐯𝐚𝐜𝐢ó𝐧 𝐦í𝐚 𝐲 𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐦í𝐨. 𝐒𝐚𝐥𝐦𝐨𝐬 𝟒𝟐:𝟏𝟏. Hemos aprendido, en medio de las oscuras providencias, que no es sabio seguir nuestro propio camino, ni hacer conjeturas y reflexiones acerca de la fidelidad de Dios. Creo que podemos simpatizar entre nosotras y entendernos. Nos ha unido la gracia de nuestro Señor Jesucristo, y nos han unido lazos sagrados nacidos en la aflicción... A menudo las misericordias vienen disfrazadas de aflicciones; no podemos saber lo que hubiera ocurrido sin ellas. Cuando Dios, en su misteriosa providencia, cambia nuestros planes y torna nuestro gozo en tristeza, debemos inclinarnos en sumisión y decir: “Sea hecha tu voluntad, Señor”. Debemos mantener una calmada confianza en Aquel que nos ama y dio su vida por nosotros. “De día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida. Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?” Salmos 42:8, 9... El Señor contempla nuestras aflicciones; con su gracia las reparte y discrimina sabiamente. Como un orfebre vigila el fuego hasta que la purificación se complete. El horno es para purificar y refinar, no para consumir y destruir. Los que confían en él podrán alabar sus misericordias aun en medio de sus juicios. El Señor siempre está vigilando para impartir, cuando más se las necesite, nuevas y frescas bendiciones: fuerza en el tiempo de debilidad; socorro en la hora de peligro; amigos en tiempos de soledad; simpatía, divina y humana, en tiempos de tristeza. Estamos en camino al hogar. Aquel que nos amó tanto como para morir por nosotros, también nos ha preparado una ciudad. La Nueva Jerusalén es nuestro hogar de descanso; y no hay tristezas en la ciudad de Dios; ni siquiera un lamento. No se escucharán endechas por causa de esperanzas quebrantadas o afectos sepultados.—Hijos e Hijas de Dios, 237, 238.
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