
𝐄𝐬𝐩𝐚𝐫𝐜𝐢𝐫 𝐥𝐚 𝐥𝐮𝐳 𝐚 𝐭𝐫𝐚𝐯é𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐨𝐬𝐜𝐮𝐫𝐨, 𝟏𝟗 𝐝𝐞 𝐧𝐨𝐯𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞 https://m.egwwritings.org/es/book/1755.2387#2387 𝐏𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐲 𝐦𝐢𝐫𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐯𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨𝐬 𝐬𝐚𝐧𝐭𝐮𝐚𝐫𝐢𝐨𝐬 𝐡𝐚𝐥𝐥é 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢é𝐧 𝐮𝐧 𝐚𝐥𝐭𝐚𝐫 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐮𝐚𝐥 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐛𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐢𝐧𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐜𝐢ó𝐧: 𝐚𝐥 𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐧𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐢𝐝𝐨. 𝐀𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐯𝐨𝐬𝐨𝐭𝐫𝐨𝐬 𝐚𝐝𝐨𝐫á𝐢𝐬, 𝐩𝐮𝐞𝐬, 𝐬𝐢𝐧 𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐞𝐫𝐥𝐞, 𝐞𝐬 𝐚 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐧 𝐲𝐨 𝐨𝐬 𝐚𝐧𝐮𝐧𝐜𝐢ó. 𝐇𝐞𝐜𝐡𝐨𝐬 𝟏𝟕:𝟐𝟑. Jesús enseñó a sus discípulos que eran deudores tanto de los judíos como de los griegos, de los sabios y de los incultos, y les hizo entender que las distinciones de raza, casta y líneas divisorias hechas por los seres humanos no eran aprobadas por el Cielo y no habrían de tener influencia en la obra de diseminar el evangelio. Los discípulos de Cristo no habrían de hacer distinciones entre sus prójimos y sus enemigos, sino que debían considerar a toda persona como un prójimo necesitado de ayuda, y al mundo como su campo de labor, buscando salvar a los perdidos. Jesús ha dado a cada hombre y a cada mujer su obra, tomándolo del estrecho círculo que le había trazado su egoísmo, anulando líneas divisorias y todas las otras distinciones artificiales de la sociedad; no pone límite para el celo misionero, sino que ordena a sus seguidores extender sus labores hasta lo último de la tierra...—En Lugares Celestiales, 321. El campo de labor presenta una vasta comunidad de seres humanos que están en las tinieblas del error, que están llenos de anhelos, que oran a Aquel a quien no conocen. Necesitan escuchar la voz de los que son obreros juntamente con Dios, diciéndoles, como Pablo les dijo a los atenienses: “Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anunció”. Hechos 17:23. Los miembros de la iglesia de Cristo deben ser obreros fieles en el gran campo de cosecha. Deben estar trabajando diligentemente y orando fervientemente, progresando y difundiendo luz en medio de las tinieblas morales del mundo, porque ¿no están los ángeles del cielo impartiéndoles inspiración divina? Nunca deben pensar, y mucho menos hablar de fracaso en su obra... Deben estar llenos de esperanza, sabiendo que no cuentan con habilidades humanas o con recursos finitos, sino que cuentan con la ayuda divina prometida: el ministerio de los seres celestiales que se han comprometido a abrir el camino delante de ellos... Los ángeles de Dios abrirán el camino delante de nosotros, preparando los corazones para el mensaje del evangelio, y el poder prometido acompañará al obrero, y “la gloria de Jehová será tu retaguardia”. Isaías 58:8.—The Review and Herald, 30 de octubre de 1894.
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