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Reflejemos a Jesús


Cristo no hace acepción de personas, 15 de enero Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas. Hechos 10:34. La religión de Cristo eleva al que la recibe a un nivel superior de pensamiento y acción, al mismo tiempo que presenta a toda la especie humana como igual objeto del amor de Dios, habiendo sido comprada por el sacrificio de su Hijo. A los pies de Jesús, los ricos y los pobres, los sabios y los ignorantes se encuentran, sin diferencia de casta o de preeminencia mundanal. Todas las distinciones terrenas son olvidadas cuando consideramos a Aquel que traspasaron nuestros pecados. La abnegación, la condescendencia, la compasión infinita de Aquel que está muy ensalzado en el cielo, avergüenzan el orgullo de los hombres, su estima propia y sus castas sociales. La religión pura y sin mácula manifiesta sus principios celestiales al unir a todos los que son santificados por la verdad. Todos se reúnen como almas compradas por sangre, igualmente dependientes de Aquel que las redimió para Dios. El Señor ha prestado a los hombres talentos para que los aprovechen. Aquellos a quienes El confió dinero han de traer sus talentos de recursos al Maestro. Los hombres y mujeres influyentes han de emplear lo que Dios les dio. Aquellos a quienes dotó de sabiduría han de traer a la cruz de Cristo este don para ser usado para gloria suya. Y los pobres tienen su talento, el que puede ser tal vez mayor que cualquier otro mencionado. Puede ser la sencillez de carácter, la humildad, la virtud probada, la confianza en Dios. Por medio de labor paciente, por medio de su completa dependencia de Dios, muestran a Jesús su Redentor a aquellos con quienes se asocian. Tienen un corazón lleno de simpatía para con los pobres, un hogar para los menesterosos y oprimidos, y su testimonio acerca de lo que Jesús es para ellos, es claro y decidido. Buscan gloria, honra e inmortalidad, y su recompensa será la vida eterna. En la fraternidad humana, se requiere toda clase de talento para hacer un perfecto conjunto; y la iglesia de Cristo está compuesta de hombres y mujeres de diversos talentos, y de todas clases. Dios no quiso nunca que el orgullo de los hombres abrogase lo que su sabiduría había ordenado, a saber: la combinación de mentes de toda clase, de todos los diversos talentos para formar un conjunto completo. Nadie debe menoscabar ninguna parte de la gran obra de Dios, sean los agentes encumbrados o humildes. Todos tienen que hacer su parte en cuanto a difundir la luz en diferentes grados... Estamos todos entretejidos en la gran trama de la humanidad, y no podemos retirar nuestras simpatías unos de otros, sin que haya pérdida.—Obreros Evangélicos, 345, 346.

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