Mansedumbre, 10 de marzo
Con toda humildad y mansedumbre, soportándonos con paciencia los
unos a los otros en amor. Efesios 4:2. RP 80.1
Lo invito a mirar al Hombre del Calvario. Contemple al que
pusieron en su cabeza una corona de espinas, que cargó sobre sí la vergonzosa
cruz y que paso a paso descendió por la senda de la humillación. Mire al varón
de dolores, experimentado en quebranto, despreciado y desechado entre los
hombres. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros
dolores”. “Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros
pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados”. Isaías 53:4, 5. Contemple el calvario hasta
que su corazón se ablande con el maravilloso amor del Hijo de Dios. El no dejó
nada sin hacer para que el hombre caído pudiera ser elevado y purificado. RP 80.2
¿Por qué no confesar su nombre? ¿La religión de Cristo degradará al
que la abraza? No. De modo alguno será una deshonra seguir los pasos del Hombre
del Calvario. Cada día sentémonos a los pies de Cristo para aprender de él,
para que en nuestra conducta, conversación, vestimenta y en todo los asuntos
que conciernen a la vida podamos manifestar que Jesús reina y gobierna nuestro
ser. Dios nos llama para que los redimidos del Señor sigamos sus pisadas y no
las del mundo. Hemos de consagrar todo a Dios y confesar su nombre ante los
demás. RP 80.3
“Y cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo
negaré delante de mi Padre que está en los cielos”. Mateo 10:33. ¿Qué derecho tenemos de profesar
que somos cristianos, mientras que con la vida y los hechos negamos al Señor?
“El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla
su vida la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará”. Mateo 10:38, 39. Cada día debemos hacer morir
al yo para levantar la cruz y seguir las pisadas del Maestro. RP 80.4
¡Oh, que podamos ser bautizado con el Espíritu Santo y ser
investidos de él! De este modo, cada día nos asemejaremos más a la imagen de
Cristo, y antes de cada decisión nos preguntaremos: “¿Glorificará a mi
Maestro?” Por la continua paciencia en el bienhacer es como buscamos la gloria,
el honor y, al final, recibiremos el don de la inmortalidad.—The Review and Herald,
10 de mayo de 1892.
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